Por Alejandra Iglesias y Mónica
Córdoba
En los
últimos meses hemos visto cómo diferentes medios evocan las palabras “violencia
simbólica o mediática”. Resulta que la violencia mediática es una de las modalidades
en que se manifiesta la violencia simbólica. Según Pierre Bourdieu “Toda violencia de género es violencia
simbólica en tanto implica relaciones de poder desiguales histórica y
culturalmente establecidas entre hombres y mujeres. Tienen su origen en pautas
culturales, prácticas, estereotipos y representaciones que construyen los
cuerpos de una manera determinada, inscribiendo en ellos unas significaciones
culturales y sociales”.
Lo que
denominamos violencia simbólica, es
sutil y perversa porque se sostiene a través del lenguaje y las
representaciones culturales, que al naturalizarse y hacerse invisible,
garantiza el éxito porque no se cuestiona lo que no se puede ver. Constituye
por tanto una violencia dulce, invisible, que viene ejercida con el consenso
y el desconocimiento de quien la padece, esconde las relaciones de fuerza que
están debajo de la relación en la que se configura. Es la imposibilidad misma
de ser identificada lo que sostiene su función ideológica y poder simbólico.
Por lo tanto la violencia simbólica es la que asegura la dominación y la que
justifica y legitima la violencia estructural y la violencia directa.
Sólo por
nombrar algunos ejemplos de produce violencia simbólica cuando:
A través
de un aviso publicitario se pone a la mujer como la “única responsable” de las
tareas de la casa, de la crianza de los hijos, etc.
Cuando en
un programa de TV un conductor “corta la pollerita” a una participante y
pretende ser divertido.
Cuando en
una publicidad de desodorantes se pone al hombre como “cazador de mujeres” o
decide “quedarse con la rubia y la morocha, ¿Por qué elegir si te podes quedar
con las dos?
Cuando en
un aviso publicitario se pone a la mujer como un objeto de deseo.
Cuando se
habla de “los hombres”… en vez de “mujeres y varones”.
Estos recurrentes mensajes e imágenes que estereotipan y
discriminan contribuyen a reforzar y reproducir relaciones desiguales entre los
géneros, ubicando a las mujeres en el lugar de objetos, dicha asimetría en las
relaciones de poder son las que naturalizan la violencia contra las mujeres,
llegando a expresarse de la manera más extrema con los FEMICIDIOS.
La actual Ley 26.485 de “Protección
Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la violencia contra las Mujeres
en todos los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”, define
la violencia como: “toda conducta, acción u
omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en
el privado, basada en
una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica,
sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal.”
Por su parte, la Ley 26.552 de Servicios de Comunicación Audiovisual,
prevé en su Art. 70 que: “La programación de los servicios previstos en
esta ley deberá evitar contenidos que promuevan o inciten
tratos discriminatorios basados en la raza, el
color, el sexo, orientación sexual, el idioma…”, etc.
A pesar de contar con una legislación cada vez más
amplia en el reconocimiento de los derechos humanos se da esta paradoja. El creciente número de hechos de violencia
contra las mujeres ha aumentado de forma alarmante.
En los
últimos años hay un sinnúmero de casos que parecen haberse multiplicado desde
el tan publicitado y mediático hecho ocurrido con el ex baterista de
Callejeros, Eduardo Vásquez. Un hecho de violencia doméstica que terminó con la
muerte de su esposa Wanda Taddei, que falleció en el Hospital Santojanni, al
tiempo de haber ingresado con graves quemaduras, el 10 de diciembre de 2010.
¿Pero qué
es lo que produce este tipo de violencia física? ¿Qué la hace posible? Parece
ser que hay un tipo de violencia más compleja y más sutil que precede a la
violencia física. Y es la violencia
mediática o simbólica.
Si
queremos erradicar las violencia de género en todas sus expresiones tendremos
que informarnos, denunciar y cambiar un tipo de pensamiento arraigado tanto en
varones como mujeres. Esto es sólo el principio queda un largo camino por
recorrer. Quizás el primer paso sea modificar nuestro lenguaje cotidiano.
Alejandra Iglesias - Mónica Córdoba